(Por: Rubén Lasagno) – Es una reflexión penosa para un hombre, considerar lo que ha hecho, comparado con lo que debió hacer, escribió hace mucho tiempo Samuel Butler, novelista, escritor y compositor inglés, refiriéndose al revisionismo posterior a un hecho y el arrepentimiento que podría llegar a tener su autor, a la vista de los resultados obtenidos.
Iniciamos esta nota con la frase de Butler, porque de alguna manera es lo que seguramente le ha sucedido al intendente Pablo Grasso y a su Secretario de Hacienda Diego Robles, el tándem K que maneja el municipio de Río Gallegos y Lucas Otín, Secretario de Obras Públicas y Urbanismo, luego de mandar a poner en la esquina de la Av San Martín en su intersección con la calle Zapiola, una gigantografía donde aparece la imagen del libertador José de San Martín, rodeado de estupideces marketineras que le baja el precio a su calidad de ícono de la historia nacional, haciendo un uso político absurdo, irresponsable y chabacano de su imagen, lo cual merecería una denuncia, con el mismo nivel de ofensa que llevan implícito los ataques a los símbolos patrios como quemar, pintar o ridiculizar la bandera.
Esta utilización política delirante que el intendente hizo de la imagen de José de San Martín, fue con el propósito de asociar los arreglos que inició hace menos de dos meses atrás de la avenida con una suerte de “comick” en la que transformó a la gigantografía, en la cual insertaron textos como resaltar con grandes letras, justo debajo de la imagen del prócer: “Repavimentación Av. San Martín – Más rápido, más cómodo, más seguro” al pie izquierdo la leyenda “Espacios públicos para disfrutar” y al pie derecho el escudo del municipio, el logo personal de Grasso (el mismo que plagió al Intendente de Bariloche) y la inscripción “Viento a favor” con unas marcas simbolizando el viento patagónico, pero remitiendo a lo beneficioso que le representa a Río Gallegos la gestión del kirchnerista.
Pero si todo esto es ordinario, chabacano y poco menos que una mentira revelada, lo más increíble, propio de alguien con muy poca creatividad, nada de ingenio y mucha irrespetuosidad hacia los símbolos de la Nación Argentina (y la imagen de José de San Martín lo es), lo convalida la existencia de un globo de diálogo sobre la imagen del Libertador simulando decir “¡POR FIN!”, como si el prócer reconociera que finalmente llegó un intendente que le puso fin a los problemas de la calle que lleva su nombre. Obvio, la asociación subconsciente es que Grasso, quede alineado con la imagen del Libertador, que de alguna manera le agradece o reconoce al intendente ser el que le puso punto final al desastre que ha sido, estructuralmente, la avenida San Martín, que “por fin”, ahora la podemos ver arreglada, segura y como “un espacio público para disfrutar”. Patético.
Sin embargo, a un mes del “¡Por fin!” que le asignó Pablo Grasso al héroe nacional, quien de conocer la corrupción municipal imperante la despreciaría y pediría drásticas condenas para los responsables, la tan propagandizada avenida San Martín, luce unos grandes y profundos pozos sobre la cinta asfáltica nueva, que nos remite a la vieja usanza municipal, tanto del radical Roberto Giubetich, como del kirchnerista Raúl Cantín y el propio Pablo Grasso: facturar trabajos ordinarios como buenos, pararse sobre las obras como si fueran épicas y envalentonarse vendiéndose como los que llegaron a cambiar definitivamente las cosas, cuando en realidad replican el modelo de sus antecesores: roban y no hacen.
Esta obra de repavimentación duró mucho menos que la anterior de Giubetich, cuando alguien facturó más de 60 millones de pesos para hacerle parches a la San Martín, plata tirada a la basura, cuando a los 4 meses de terminado el trabajo, vimos con asombro, cómo se destruía rápidamente todo lo arreglado de manera superficial y veloz. No podía durar mucho, pero los fondos ya habían desaparecido. Tal como sucedió ahora, donde a San Martín le hicieron decir “¡Por fin!” .
50 más o 50 menos…
Ahora, aparentemente, Pablo Grasso y Diego Robles gastaron 50 millones más y a un mes de terminada, aparecen verdaderos “socavones” en la calle, que ponen a prueba el tren delantero de los autos o sirven de pista de prueba a las rudas camionetas que circulan por esta capital.
Ante las críticas que levantó esta mala obra y ridícula publicidad oficial preexistente, las redes se inundaron de memes y el Secretario de obras Públicas del municipio, Lucas Otín no tuvo mejor idea que salir a decir que en el tema de los pozos en la avenida San Martín “el agua ha hecho que se abra un bache en el sector de inicio de la obra” y en su afán por tapar los desechos como el gato, dijo “se va a solucionar de la manera más rápida, no vamos a esperar 8 años para resolverlo”.
Otín, acorde a la administración a la que pertenece le echó la culpa al agua (nunca a que la obra está mal hecha) y dice que van a tardar menos que otros intendentes para tapar el pozo. Nada dice que es inusual, inadmisible y corrupto, haber cobrado una obra, hacerla mal y en todo caso, reconocer que la actual administración no se diferencia en nada de las anteriores.
En la apertura anual de sesiones del Concejo Deliberante Pablo Grasso dijo “Esta es una gran oportunidad para tomar nota de los asuntos de nuestra Ciudad, repasar hasta acá, lo que hemos realizado y marcar el camino de la reconstrucción de Río Gallegos para volver a ser la ciudad grande que se merece”.
Sin duda la frase del intendente va acorde con el mensaje del gobierno nacional: vinieron para reconstruir el país (Alicia no puede decir lo mismo porque hace 30 años que están ellos mismos). Esto, se entiende, es fundacional. Ellos (en este caso el intendente) ha venido “para poner las cosas en orden”. Puro relato innecesario y vacío, Pablo Grasso tiene una historia de corrupción, mentiras y amiguismo empresarial, desde la función pública, que debería ponerle la cara colorada, cada vez que dice sandeces como éstas.
El recuerdo imborrable de Grasso
La mejor forma de exponer la mentira y las corrupciones de esta intendencia, es traer al presente, al menos una de las obras icónicas de la corrupción de Grasso, cuando se jugaba por ser candidato a intendente y desde el IDUV hacía obras que no le eran competentes y hasta le asfaltaba calles al intendente Giubetich (otro que se granjeó los insultos públicos) mostrándose proactivo y “distinto”, con le único fin de que lo votaran (como finalmente ocurrió).
En octubre del año 2018 Pablo Grasso, inauguró una obra que hizo en pleno invierno, sobre el acceso a la Calle 13 del barrio San Benito. A los seis días de su inauguración estaba destruida. Para ese acto se juntaron las autoridades provinciales, municipales, barriales, etc y luego de agradecimientos, abrazos, felicitaciones y hasta lágrimas por el objetivo logrado, la rotonda de acceso que le costó millones de pesos al erario público, se rompió, el asfalto se levantó, ese acceso quedó como Kosovo y los pozos impedían el tránsito por el lugar; igual que hoy en la San Martín.
Como informáramos desde OPI, la obra fue realizada (y cobrada) dos veces por la empresa Bettel Consultora SRL de Mauricio Collareda, un ex de Lázaro Baéz. Esta empresa, es parte del pool de constructoras amigas que tiene el intendente en carpeta, con las cuales mantiene cartelizadas las obras en esta capital (y ante en el IDUV) pero que para afianzarlas y poder hacerlas más productivas, evadiendo controles y no asociarlas directamente con el municipio, es que Pablo Grasso y Diego Robles necesitan que se apruebe cuando antes, la Sociedad del Estado municipal. (Agencia OPI Santa Cruz)
No se preocupen antes de ñlas Paso se las van a dejar como un billar,lo clasico del peronismo kirchnerista corrupto