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El retiro reservado de Guzmán para evaluar las medidas económicas

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El ministro de Economía, Martín Guzmán explica en el Congreso los alcances del acuerdo con el FMI - Foto: NA
El jefe de gabinete, Juan Manzur, y el ministro de economía, Martin Guzmán, dan detalles del acuerdo alcanzado con el FMI - Foto: NA

Según publica La Nación Se recluyó con su equipo durante el fin de semana largo en Chapadmalal; analizó el impuesto a la “renta inesperada”, un IFE acotado y un bono para monotributistas; buscan dar señales ante la postergación de los cambios ministeriales.

Por: Jorge Liotti

Fue la semana más agitada de Martín Guzmán. La inició el domingo pasado con una reunión clave de respaldo y advertencias de Alberto Fernández, y la terminó recluido en secreto con su equipo en la residencia presidencial de Chapadmalal, una cumbre para definir medidas económicas. En el medio dio una entrevista para desafiar a quienes dentro de la coalición gobernante no apoyan el rumbo adoptado, padeció el índice de inflación más alto en 20 años, convocó a las audiencias por la suba de tarifas energéticas, y quedó en el centro de todas las especulaciones sobre los cambios de gabinete. Esta noche parte a Estados Unidos para reunirse con Kristalina Georgieva y el staff del FMI, en busca de “recalibrar” algunas metas del acuerdo. Casi la crónica de una estrella de rock desenfrenada en sus días más agitados.

Durante casi todo el largo fin de semana el ministro evaluó posibles anuncios frente a la costa atlántica con el fin de recuperar iniciativa ante el fuerte desgaste que enfrenta. Allí, entre otras propuestas, se analizó cómo darle forma a un gravamen a la “renta inesperada” (un impuesto a las grandes fortunas, segunda temporada), la instrumentación de un beneficio especial para monotributistas y trabajadores en negro (una suerte de IFE con otro nombre y más acotado); un esquema de bono fijo complementario que sea considerado como base para futuras paritarias y un esquema renovado de precios máximos. En definitiva, una agenda que busca amigarse con las demandas del kirchnerismo a partir de un objetivo que Guzmán nunca admitirá en público: ver si logra hacer más digerible la suba de tarifas que prepara (que también fue parte de la evaluación entre el jueves y ayer) y evitar así salir eyectado del cargo. El temor sigue siendo un principio ordenador.

No es casual que en los últimos días haya circulado profusamente entre integrantes de La Cámpora el video del discurso de Cristina Kirchner en diciembre de 2020, cuando pidió alinear precios, salarios y tarifas, que hoy suena a una admonición. Pero los especialistas son muy escépticos sobre los resultados. El último informe de Equilibra, la consultora de Martín Rapetti y Diego Bossio, hace un detallado diagnóstico de las variables económicas y concluye: “Tomando en cuenta los componentes mencionados, vemos muy improbable que el gobierno de Alberto Fernández esté en condiciones de bajar la inflación significativamente. La estabilización, nos parece, será un desafío para el próximo ejercicio gubernamental”.

Se entiende la hiperactividad de Guzmán. Fernández lo respaldó con fuerza, pero también le dijo que debía salir a defenderse públicamente y tomar decisiones que demuestren resultados palpables para la gente. En la Casa Rosada lo interpretaron como un apoyo decisivo, pero no ilimitado. En Hacienda hacen magia con escarbadientes, pero tienen una convicción: postergado el recambio ministerial, no hay mucho margen para demorar medidas contra la inflación. “La presencia de Roberto Arias, secretario de Política Tributaria, y de Santiago López Osornio, subsecretario de Planeamiento Energético, da una idea del tipo de propuestas analizadas. Hay clima de anuncios”, señalaron cerca de Guzmán. Por eso incluso no descartan que puedan oficializarse en los próximos días a pesar de que el ministro estará en Washington, donde espera capitalizar los beneficios del Fondo de Resiliencia que el FMI anunció esta semana para países de ingresos medios y bajos. A la Argentina le corresponderían US$1300 millones.

El titular de Hacienda representa hoy mucho más que su cargo. Encarna el acuerdo con el FMI, simboliza la senda económica que intenta adoptar el Gobierno y se erige en el bastión de resistencia de Alberto Fernández frente a la embestida de Cristina Kirchner. Por eso es natural que sea el eje de las discusiones sobre el cambio de gabinete. La clave es si el enroque lo incluye o no. El resto es aleatorio. Hubo dos variantes de versiones en la semana que termina. En una Guzmán dejaba su cargo y era reciclado en otra área, como por ejemplo ministro de Finanzas, en medio de un replanteo del organigrama que incluía la creación de un Ministerio de Energía (un área que le interesa especialmente a Máximo Kirchner). La otra marcaba un empoderamiento de Guzmán, con la absorción de Desarrollo Productivo y el descabezamiento de Federico Basualdo, el subsecretario díscolo con el que mantiene un “abismo relacional”, según definen en su entorno (ayer las apuestas seguían a favor de que el funcionario se mantendría en su lugar). Pero todo parece haber quedado en suspenso.

La convocatoria a las audiencias por las tarifas para el próximo mes exhibió ese “abismo relacional”. Basualdo había elaborado un informe técnico que en los hechos desaconsejaba el incremento previsto por Economía, que fue ignorado en los fundamentos del llamado a audiencias. Con los otros referentes del área, Federico Bernal y Darío Martínez (participó por Zoom de la cumbre en Chapadmalal), Guzmán recompuso el vínculo.

Mientras el ministro de Economía exhibía su laboriosidad por instinto de supervivencia, el trío de conducción se mantenía distante. Cristina Kirchner repasó su soledad en el descanso de El Calafate; Sergio Massa fue a República Dominicana para ver al presidente Luis Abinader, una curiosa amistad; y Alberto Fernández se sumergió en los misterios de la paternidad en Olivos. Allí el Presidente se encontró con todos los fantasmas del poder, en un momento crucial de su mandato. Está inmerso en una disquisición política existencial: ¿realizar una reforma profunda de su gabinete y relanzar la gestión, como le demandan hasta sus funcionarios más cercanos; o eludir los cambios solo con algunos retoques cosméticos, como le surge naturalmente por su personalidad? Como otras veces, mandó señales contradictorias. A los suyos les dijo que salieran a desinflar expectativas, pero al mismo tiempo regó sus charlas reservadas con promesas de renovación. A algunos ministros les habló de “cambios en las próximas dos semanas”, a otros “antes del 25 de Mayo”. Se sabe, los calendarios del Presidente vienen con un dispositivo flexible.

Uno de los funcionarios más racionales entiende que esta vez no puede haber una reestructuración ministerial bajo la presión de la interna y pensando en los equilibrios del FDT, como ocurrió tras las PASO, sino que debe ser una evaluación personal de Alberto de “qué es lo más le conviene en el último tramo de su gestión para ganar volumen político y dinámica de gestión. Creo que tiene un diseño en la cabeza, pero todo se complica a la hora de definir los nombres”.

El ultimátum amigable

El fin de semana pasado Fernández debió salir de urgencia a armar un operativo con dos de sus hombres más cercanos para desactivar una reunión de gobernadores peronistas que Jorge Capitanich había convocado para el lunes a las 16 en el CFI, y a la que el santiagueño Gerardo Zamora también había dado impulso. Esa movida estaba destinada a reclamarle al Presidente la adopción de medidas urgentes ante la inflación y, si es necesario, un cambio de nombres, porque empiezan a sentir un fuerte desgaste en sus territorios. Un ultimátum amigable con la advertencia velada de que si no hay reacción empezarán un proceso de distanciamiento que concluya con un desdoblamiento electoral masivo el año próximo. “El Presidente pide unos días más porque acaba de ser padre, pero promete que va a hacer cambios importantes en los próximos días”. Este fue el mensaje que les hizo llegar a los gobernadores a través de sus intermediarios. Uno de los funcionarios que estuvieron al tanto de la movida concluyó: “Si Alberto no les da una respuesta rápida, estos tipos van a empezar a armar la disidencia”. El temor es que sigan los pasos de Axel Kicillof, quien adoptó una postura crítica y solo mantiene una relación institucional con Fernández. “Si le llevás propuestas, le sugerís cambios, y Alberto no las recepta nunca, no queda otra que exponer las diferencias en forma pública. Faltan coordinación y más firmeza en el rumbo económico”, dicen en el entorno del bonaerense.

El dilema de un posible recambio de ministros no solo reside en su nivel de profundidad, sino también en la modalidad: ¿es por acuerdo con Cristina para que se transforme en un gesto de acercamiento o es una decisión unilateral que termina de fracturar la coalición? Hoy no hay puentes de diálogo abierto a ningún nivel. Es uno de los pocos datos en que coinciden todos. Los más optimistas observan luces lejanas en el firmamento, como el “en algún momento vamos a hablar” de Alberto, o el “cuando vuelva del sur debemos ver cómo retomar el trabajo” que Cristina les dijo enigmáticamente a los suyos. Pero hay un problema hasta ahora insalvable, como sintetiza uno de los hombres del Instituto Patria: “Si el Presidente quiere hacer cambios sin consultar, que haga lo que quiera, no va a servir de nada. La intransigencia ahora no es de Cristina, ella está esperando un gesto de él. No le sirve a Alberto solo un enroque de nombres si no cambia la política”. Traducido, con el argumento de que la guerra en Ucrania alteró todas las dinámicas globales, el kirchnerismo demanda un relevo de ministro con un replanteo del acuerdo con el FMI, que incluya un retraso de los pagos y la extensión de los plazos, y “un plan económico con nombre y pinta de plan económico”. Es decir, retrotraer todo a la situación previa a la firma del entendimiento con el Fondo. Así como el calendario de Fernández trata de ir para adelante y ganar tiempo, el del kirchnerismo se repliega hacia el pasado en un vano intento de modificar el presente. Una disyuntiva aristotélica camuflada de interna peronista.

La amenaza al sistema político

Detrás de este clima de confusa vigilia, en el Gobierno empiezan a avizorar una señal mucho más amenazante en el horizonte. Los indicadores de insatisfacción y desencanto que reflejan todas las encuestas están llegando a niveles desconocidos, y ya abarcan a dos tercios de la población. Es una reacción que apunta primariamente al oficialismo, pero que también interpela a Juntos por el Cambio. Define una demanda estructural, que se manifiesta por la inflación, pero que viene de arrastre. En clave chilena sería algo así como “no es por el 50% de la suba de los precios, es por los 50 años de estancamiento económico”. Los sondeos no solo perciben un pesimismo sobre el corto plazo, sino también para los próximos años, una incapacidad para representar el futuro. Rosendo Fraga lo vincula con un fenómeno global que se inició con el cambio de siglo y la percepción de una desigualdad creciente como producto de la globalización, que se visibilizó con la crisis de Lehman Brothers y se potenció con la pandemia. Explica así la tendencia en países muy diversos por figuras disruptivas, que solo en los últimos meses expresaron desde la victoria de Gabriel Boric en Chile y de Pedro Castillo en Perú hasta la amplia reelección de Viktor Orban en Hungría y el notable crecimiento de Marine Le Pen en Francia. Algo de lo que el consultor catalán Antoni Gutiérrez-Rubí sintetiza en el título de su último libro, La fatiga democrática.

La versión argentina de estos movimientos está representado por Javier Milei, la figura política más provocativa desde que Mauricio Macri creó el Pro. Hay dos datos que validan este concepto: uno, su imagen siguió creciendo fuertemente después de las últimas elecciones (según Zuban Córdoba su imagen positiva pasó de 37,5% en noviembre a 47,3% en marzo); dos, su figura se nacionalizó muy rápido y ya dejó de ser un fenómeno porteño, a pesar de que su armado es todavía marginal (según el mismo trabajo, le va mejor en el interior que en el AMBA). La consultora Fixer retrata a su votante promedio: “Hombre, de entre 16 y 35 años, con secundario completo y/o terciario incompleto, con una mirada muy negativa sobre el futuro”. Claramente es la figura que mejor representa el clima de época. Por eso se jacta de fijar agenda tan exitosamente cuando habla de dolarizar, de eliminar al Estado o de los piquetes. Milei simula que su atractivo reside en sus lecciones de economía, pero la realidad marca que su impacto crece cuando embiste contra “la casta”. Según él mismo se define, no es un antisistema, porque respeta la institucionalidad. Sin embargo, el tono de su discurso es peligrosamente rupturista. Descree de las coaliciones por su fragilidad y reivindica los liderazgos fuertes “con identidad ideológica”. Está claro que tiene la antena encendida.

Su irrupción se enmarca en un contexto que Alejandro Catterberg se encargó de describir recientemente: “El desánimo está impactando sobre todo el sistema político. El mal humor social se está haciendo tan profundo y prolongado que afecta a todas las clases dirigentes, más allá de la política”. Esto comienza a reflejarse en un dato empírico: las dos grandes coaliciones, el FDT y JxC, que hasta 2019 se repartían el 80% de los votos, el año pasado sumaron el 70% y hoy las encuestas marcan que no superarían el 60%. Es decir que estaría operando una lenta transformación del sistema político, que podría pasar de la bipolaridad hacia la fragmentación y les quitaría atractivo a quienes profesan la unidad como única bandera. María Eugenia Vidal advirtió esta tendencia y en su última aparición pública dijo: “Si el Frente de Todos se rompe, no nos puede poner en crisis a nosotros. Tenemos distintas miradas, pero es imprescindible que sostengamos la unidad, que no puede ser simplemente oponernos al oficialismo”.

Si este movimiento se sostiene, es probable que empiecen a producirse desprendimientos en los principales conglomerados que redefinan el mapa. Allí habría que inscribir los zigzagueos de Massa y de Gerardo Morales, observados de cerca por Larreta; la reunión de Juan Schiaretti, Emilio Monzó, Juan Manuel Urtubey y otros referentes de hace diez días; o las conversaciones de Patricia Bullrich con Milei. Todos estos devaneos sugieren alianzas distintas a las actuales. En definitiva, es la demanda la que ordena la oferta. La dirigencia política no está hoy en condiciones de ofrecer ilusiones. La sociedad prepara un escarmiento. (La Nación)

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