(Por: Miriam Ramírez (*) para OPI Santa Cruz) – Lejos, Santa Cruz siempre estuvo lejos. Fito Páez decía que Rosario siempre estuvo cerca, pero acá el viento sopla en otro idioma. Lejos del centro, lejos de las decisiones y también (aún) lejos de la soberanía alimentaria.
En esta semana, marcada por dos fechas importantes para la agricultura familiar —el Día Internacional de la Mujer Rural (15 de octubre) y el Día Mundial de la Soberanía Alimentaria (16 de octubre)—, quiero compartir una reflexión sobre esa distancia geográfica, política y simbólica que separa a Santa Cruz de la soberanía alimentaria. Una distancia que no es natural ni inevitable, sino construida por una historia que concentró la tierra, desmanteló saberes y dejó al pueblo mirando el horizonte como si el alimento siempre hubiese venido de otro lado.
Cada vez que repetimos que “acá no se puede producir”, reforzamos una distancia que no solo es geográfica, sino cultural. Es un eco antiguo, nacido al calor de las estancias, los barcos laneros y las casas de ramos generales. Una frase que nos enseñó a desconfiar del suelo, del clima y hasta de nuestras propias manos.
Porque antes de La Anónima, antes de la importación permanente de alimentos, hubo producción local. Hubo huertas en las estancias, mujeres que guardaban semilla, familias que criaban gallinas y hacían conservas, gente que entendía cómo vivir de este paisaje sin pedirle permiso al mercado. Pero ese saber quedó arrinconado, igual que la gente que lo sostenía.
Santa Cruz fue integrada al país como territorio de extracción: lana que salía, alimentos que llegaban. El modelo agroexportador ovino ocupó la tierra, concentró la propiedad y subordinó el trabajo local al peonaje. Desde entonces, el autoabastecimiento fue reemplazado por la dependencia. Hoy, más del 90 % de los alimentos que consumimos vienen en camión desde miles de kilómetros; por eso los santacruceños comemos caro y mal.
Pero la distancia más difícil no es la del transporte, sino la del pensamiento; esa que nos repite que “acá no se puede producir nada”. Esa que se incrustó en el sentido común y nos convenció de que el viento y el frío son enemigos. No lo son. El verdadero enemigo es el relato que naturaliza la imposibilidad. Relato que ha servido, para justificar la concentración de la tierra y la dependencia alimentaria. Y todavía se transmite, de boca en boca, como si fuera un destino biológico del sur.
Sin embargo, hay quienes están desmintiendo ese relato con la pala, la semilla y la persistencia. Las mujeres que trabajan la tierra en el campo y en nuestras zonas periurbanas; los pequeños productores que prueban erran y vuelven a sembrar; los talleres y ferias locales que reactivan la palabra “producción” como verbo y no como nostalgia.. Son quienes genuinamente construyen la soberanía alimentaria con hechos, no con discursos, sujetos que demuestran que el problema no es el viento, sino el abandono de políticas públicas sostenidas, de asistencia técnica, formación y financiamiento adaptadas al nuestro territorio. Desarmar el sentido común de la imposibilidad es el primer paso para reconstruir una cultura productiva propia.
Quizás la soberanía alimentaria en Santa Cruz todavía esté lejos, pero hoy, con nuevas condiciones climáticas, con tecnologías productivas sustentables y con el conocimiento acumulado de quienes han conservado saberes y prácticas populares, producir localmente es más posible que nunca.
Eso se evidencia en algo crucial: a Santa Cruz grandes corporaciones del agronegocio “le han echado el ojo”; paulatina y silenciosamente se vienen instalando a “experimentar” por estos lados; ellos ahora empiezan a creer que sí se puede producir acá, ellos están cerca y acechan. Entonces, lo crucial es ¿qué modelo de agricultura desarrollará la provincia? ¿la contaminante y extractiva que ha hecho desastres en el resto del país, que sólo enriquece a capitales extranjeros y a sus pocos socios locales? ¿O la agroecológica y destinada a los consumidores locales, que enriquece material, ambiental y culturalmente a los ciudadanos de Santa Cruz? La soberanía alimentaria, el derecho de los pueblos a producir y consumir sus propios alimentos, arranca una lucha inédita en Santa Cruz.
Nosotros no podemos ser un campo de experimentación y desguace como lo fue el resto de la Argentina sometida al agronegocio. El retrato de eso es deplorable y doloroso. Muchos residentes santacruceños venimos desde otras provincias saqueadas por ese “modelo de destrucción”, que sólo ha sembrado pueblos fumigados o pueblos fantasmas.
Los agricultores familiares de Santa Cruz requerimos de políticas públicas que promuevan la agricultura familiar y la agroecología, desde la chacra a la mesa del consumidor. No sólo para apoyar el trabajo local sino para democratizar el acceso a una alimentación digna y saludable que devuelva a nuestras mesas el sabor de lo real, frente a los alimentos de plástico e insabores que comemos a diario.
Además, necesitamos preservar y mejorar a las Instituciones, que, en diversos grados, venían acompañando a la agricultura familiar. Tal es el caso del INTA, organismo que no debe ser desmantelado sino fortalecido en su trabajo profundizando su orientación hacia la Agricultura Familiar y la agroecología popular. Salgamos en su defensa!
Nosotros debemos producir para nuestras comunidades pensando en ofrecerles calidad a precios accesibles, respetando los recursos naturales. Es así como hacemos de la agricultura un arte y no un negocio, así los productos que ofrecemos son un gajo de nuestras vidas y no mera mercancía, así ayudamos a que el “buen comer” sea un derecho, no un lujo. (Agencia OPI Santa Cruz)
(*) – Ex trabajadora del INTA (Instituto Nacional de Agricultura Familiar). Chacarera de cuna en Mendoza. Reside en Santa Cruz desde 2017.
Estoy muy desacuerdo con lo q publicaron esperamos q todo se solucione o mejore la calidad de vida q llevamos. Los precios hasta las nubes..