07:40 – Mientras que antes migraban más profesionalesy trabajadores, ahora también escapan los más pobres
Por: Rachelle Krygier y Anthony Faiola
Mayerly Sánchez se pone en la larga y lenta fila de los que esperan un plato de comida en el campo de refugiados de Maicao, Colombia, a menos de 20 kilómetros de la frontera con Venezuela. Mayerly, sordomuda y madre soltera de 31 años, se acaricia con una mano la panza y con la otra hace el gesto de llevarse comida a la boca. “Quiere comer”, explica Antonio, su hijo de 9 años.
Mayerly y Antonio, al igual que otros miles de venezolanos en Maicao, encarnan una nueva etapa de la mayor crisis de refugiados en la historia de América Latina. Años después de que se iniciara el éxodo en masa de la colapsada Venezuela, una nueva oleada de los más vulnerables del país -mujeres y niños sin nada, ancianos, enfermos y discapacitados- está abandonando el país y sobrepasando la capacidad de abrigo de Colombia, por lejos el principal país anfitrión que los recibe.
Las condiciones en las que vive la gente son tal vez peores que nunca. Los venezolanos sufren una escasez de medicamentos, alimentos, combustible y agua que se sigue profundizando, así como apagones eléctricos cada vez más frecuentes, en un Estado socialista en desintegración y con uno de los índices de homicidios más altos del mundo.
Los venezolanos saben que la nueva ronda de sanciones que anunciara esta semana el presidente Donald Trump no hará más que agravar su sufrimiento.
Pero mucho antes de que Estados Unidos empezara a imponer sanciones, ya el hambre y la menguante esperanza de cambio habían alentado un éxodo que hoy lleva cuatro años. Pero mientras que los migrantes de años anteriores se caracterizaban por ser profesionales de clase media y hombres en condiciones de trabajar, hoy los que llegan son los venezolanos más pobres y vulnerables, para quienes migrar es mucho más difícil.
De noviembre de 2018 a junio de 2019, el período más reciente del que haya datos, las solicitudes de estatus oficial de refugiado de mujeres y ancianos procedentes de Venezuela han superado a las de los hombres. Los refugios y las entidades benéficas de Colombia advierten sobre el exponencial aumento de mujeres embarazadas, chicos y ancianos que ingresan al país por caminos peligrosos y vías ilegales.
“Colombia hace un pedido de mayor solidaridad al mundo entero”, dice el canciller colombiano, Carlos Holmes Trujillo. “Hacemos todo lo que podemos. Pero la magnitud de esta migración supera nuestras capacidades para manejarla”.
Con más de 4 millones de desplazados, la crisis de refugiados venezolanos se ha convertido en la segunda más grande del mundo después de la de Siria, pero no han recibido ni una mínima fracción de la ayuda internacional que recibieron los sirios. El gasto por cada ciudadano sirio desplazado supera los 5000 dólares. Los venezolanos han recibido un promedio de 300 dólares por persona. El año pasado, la ONU pidió para Venezuela 738 millones de dólares y logró recaudar menos de la cuarta parte de su objetivo.
Bloqueo
Los analistas dicen que las naciones europeas, por temor a ver oleadas de sirios llegando a sus costas, aportaron más generosamente para instalar campos de refugiados en Medio Oriente. Para algunos de esos gobiernos, por el contrario, la remota crisis de Venezuela tiene motivaciones políticas que los afecta poco y nada. “Los sirios y los venezolanos han sido clasificados como pueblos que necesitan protección, pero la situación se ha manejado de manera distinta en un país y en otro”, dice Yukiko Iriyama, subdirectora de la Agencia para los Refugiados de Naciones Unidas en Colombia. “El tema es que Siria está a dos pasos de Europa”, dice Iriyama.
Los centros de acogida, hospitales y escuelas de Colombia están sobrepasados, y miles de embarazadas, chicos, ancianos y otros venezolanos de grupos vulnerables terminan durmiendo en las calles.
En ningún lugar queda más a la vista que en Maicao, una de las ciudades más pobres de Colombia y un foco de contrabando por su locación fronteriza. Según las autoridades locales, la inmigración venezolana ha hecho que el número de habitantes se dispare a 280.000, un 58% más que hace tres años. Y ya han surgido tres asentamientos improvisados que exigen aún más el limitado suministro de agua y electricidad.
Los funcionarios locales aseguran que hay narcotraficantes reclutando a venezolanos desesperados como vendedores de cocaína.
Los médicos del Hospital San José, en Maicao, dicen que entre enero y junio atendieron a más de 7100 venezolanos, entre ellos, más de 2000 embarazadas y casi 1000 chicos menores de 5 años.
Según los funcionarios de la ciudad, eso ha hecho que se duplique el gasto del sistema de salud pública en los últimos tres años. Este año, por ejemplo, ya hubo 40 casos de sarampión: en 2018 hubo solo uno. El hospital también tiene problemas para lidiar con el auge de venezolanas violadas y abusadas físicamente, y de los que llegan con enfermedades de transmisión sexual.
“Las que llegan son personas vulnerables, y no tenemos manera de impedir que sean reclutadas por grupos delictivos, narcotraficantes o proxenetas”, dijo Aldemiro Santo Choles, secretario de gobierno de Maicao, que tiene pocos refugios para los que llegan sin un centavo, y de noche las veredas se cubren de venezolanos carenciados durmiendo sobre cartones. Entre ellos está Katherine Muñoz, de 20 años, embarazada y con una beba de 18 meses.
Su hija Josiani está desnuda, porque según la madre, alguien se robó la ropa que estaba tendida a secar.
“Vivir en la calle es difícil”, dice Katherine. “Pero es mejor que Venezuela”.
Otros no están tan seguros. Mayerly y Antonio habían llegado al campo de refugiados de la ONU pocas horas antes, después de esperar una vacante durante tres semanas, pero solo pueden quedarse 30 días, el máximo permitido. Actualmente hay alrededor de 1,4 millones de migrantes venezolanos en Colombia, y el país cuenta con un solo campo con apenas 350 camas, y hay miles de venezolanos que las necesitan.
¿Qué harán cuando su tiempo se termine?
“Acá es muy difícil”, dice Sánchez mientras mira para abajo y mueve nerviosamente las manos. “Tal vez nos volvamos a Venezuela”. (The Washington Post/La Nación)