10:30 Los entretelones de la reunión que el presidente de los Estados Unidos mantuvo con dirigentes entre los que estaba Gabriela Michetti, que le plantearon su postura de buscar una salida de Nicolás Maduro por la vía pacífica
Por: Román Lejtman
Antes de participar de la cena organizada por Donald Trump para tratar la crisis de Venezuela, la vicepresidente Gabriela Michetti, el canciller Jorge Faurie y el presidente brasileño Michel Temer protagonizaron esa típica comedia de enredos que desnuda la fragilidad del poder y hace furor en el off Broadway: Trump irrumpió sobre la Avenida Madison con su caravana de ocho patrulleros, cuatro ambulancias y tres camionetas con agentes del servicio secreto armados hasta los dientes. Michetti, Temer y Faurie no pudieron cruzar la calle a tiempo, y quedaron del otro lado de la valla como ocasionales turistas que vieron pasar al presidente de los Estados Unidos.
Temer tenía cara de Temer, Faurie hacía lo que podía con su conocido humor y Michetti trataba de ponerle onda a una situación que retrasaba su llegada a la cena de Estado. Un policía de origen cubano aplicó su carácter caribeño, bromeó con la vicepresidente, se sacó fotos con ella y pidió tiempo para resolver el embrollo. Al otro lado de las vallas, 20 militantes brasileños recordaban a la madre de Temer, que cruzado de brazos exhibía su pose de esfinge.
Finalmente, Trump ingresó al hotel Lotte New York Palace, y el paso se abrió para Michetti, Temer y Faurie. Los tres funcionarios avanzaron a paso raudo por el lobby del hotel, y encararon hacia el ascensor que los llevaría al primer piso. No pudieron: el servicio secreto había bloqueado sus movimientos porque Trump se estaba acomodando. Temer estaba pálido, y Faurie impasible como un verdadero diplomático de carrera. El ascensor llegó, y el protocolo volvió a su conocida lógica: Michetti, Temer y Faurie saludaron a Trump y ocuparon su lugar en una mesa convocada para analizar la crisis en Venezuela, que es terminal y no tiene solución en el corto plazo.
“La dictadura socialista de Nicolás Maduro ha infligido una terrible miseria y sufrimiento a la gente buena de ese país. (…) Este régimen corrupto destruyó una nación próspera al imponer una ideología fallida que ha producido pobreza y desesperación. (…) El pueblo venezolano está muriendo de hambre y su país está colapsando”, enfatizó Trump frente a los presidentes Juan Manuel Santos (Colombia), Juan Carlos Varela (Panamá), Temer (Brasil) y la vicepresidente argentina Michetti.
Todavía no habían servido la sopa de zapallo, cuando el presidente de los Estados Unidos ya fijaba su posición en una crisis regional que se profundiza y no tiene contención institucional. Trump había anticipado su preferencia por la vía militar y ahora se despachaba con una arenga que podía hacer crujir el sistema de relaciones multilaterales en América Latina.
Varela y Temer reconocieron la situación en Venezuela e insistieron en diseñar una hoja de ruta hacia una salida ordenada de Maduro. Trump escuchaba con atención y asentía sin abrir la boca. Después llegó el turno de Santos, que como presidente de Colombia observa la crisis venezolana en tiempo real. Su discurso enmarcó la cena de estado, porque colocó al diálogo y la negociación como único método para terminar con los días de Maduro en el poder. “Todo lleva su tiempo, pero hay que encontrar una salida pacífica al asunto”, explicó Santos a Trump y a los miembros del gabinete republicano que estaban a su lado.
El presidente de los Estados Unidos entendió la perspectiva de Santos y propuso encontrar una vía de negociación que incluya a todo el continente. Trump reveló que pretendía sumar los esfuerzos diplomáticos de Canadá y Perú, y no descartó la influencia de China para enmarcar un eventual transición política en Venezuela. El presidente republicano desnudó los billones de dólares que Beijing lleva invertidos en Caracas y consideró que esa inversión puede implicar un argumento eficaz que atenúe el peso específico del Ejército de Venezuela y de los asesores especiales que Raúl Castro desplegó en los alrededores de Maduro.
Frente a las explicaciones de Trump, y cuando las chuletas de cordero hacían su entrada triunfal, Santos recordó que Francisco también puede colaborar en la negociación, pese al fracaso de su primer movimiento diplomático ante un esquema oficialismo-oposición que sólo juega a la destrucción del otro.
La vicepresidente Michetti propuso, entonces, que debería convocarse a la OEA para que utilice su peso institucional en la región. Michetti conoce de relaciones internacionales y sabe que el eje Bolivia-Ecuador-Cuba siempre pretendió usar a la CELAC como espacio multilateral en reemplazo de la OEA. Esta movida diplomática tiene su lógica interna: en la CELAC no juega Estados Unidos, y todas sus decisiones tienen un fuerte tufillo a populismo.
Trump aceptó la mirada de Michetti y comprendió que los líderes regionales que invitó a cenar juegan juntos en una agenda basada en la salida pacífica de la crisis de Venezuela. Al presidente republicano no le quedó otra alternativa –por ahora- que avalar los procedimientos explicitados por Temer, Varela, Santos y Michetti. Trump abrió un canal de diálogo y obviamente la responsabilidad es compartida entre la Casa Blanca y el Grupo Lima, que reúne a 12 estados de América Latina que se juramentaron resolver pacíficamente la crisis de Venezuela.
Sin embargo, el Grupo Lima debería ser cauteloso. Trump cuestiona la estrategia diplomática basada en el multilateralismo, está asfixiado por la denominada Trama Rusa y su particular humor condiciona sus reflejos en política exterior.
Para Trump, los consensos diplomáticos sólo sirven para demostrar que la acción bélica es mejor que las rondas de café citando a Kant y Wilson. No será la primera vez que la Casa Blanca miente para cumplir con su interés nacional: en Naciones Unidas, hace menos de 15 años, un general devenido en secretario de Estado juró que había armas de destrucción masiva en Irak. El resto de la historia ya se conoce. (Infobae)