Morir de lujo, pero morir al fin

(Por: Rubén Lasagno) – En el mundo está super comprobado que el crimen no paga y el gran costo que tiene, en general y finalmente, es la cárcel o la muerte.

La vida moderna, la ambición personal, la necesidad de lograr status social, de rodearse de lujos y bienestar, de ascender meteóricamente, es un instinto que está naturalmente en todo ser humano o al menos en la mayoría, pero algunos pueden regularlo más, otros menos y muchos sucumben definitivamente en su búsqueda permanente y a cualquier costo.

El asesinato y posterior descuartizamiento de Fernando Pérez Algaba, de tanta resonancia a nivel nacional, es el desencadenante de un proceso que se repite permanentemente en el submundo del crimen, porque lo que la sociedad ve, es el resultado final de una cadena de delitos que a veces empieza con gente humilde tentada por el brillo del oro y la buena vida, la cual pone en riesgo el mismo día en que decide dejar de ser honesto.

Son muchos estos jóvenes que en Buenos Aires mueren asesinados y su difusa “calificación” va desde “Empresarios”, “Trader”, “Intermediario financiero”, hasta “Financistas”, etc, todos nombres de cobertura que encubren a un hombre, generalmente joven, que ha encontrado en el lavado de dinero, el negocio de los dólares, el cambio de valores (cheques, documento) o  el “préstamo de alto rendimiento”, como se le dice actualmente a la usura y todo tipo de generación de plata rápida incluyendo, obviamente, el narcotráfico.

 “Detrás de toda gran fortuna hay un crimen” dijo uno de los padres de la Iglesia, San Juan Crisóstomo o Juan de Antioquía, clérigo padre de la iglesia de Oriente. Y es una máxima prácticamente sin fisuras. Nadie nace rico y seguramente los muy ricos han tenido en su derrotero, alguna acción ilegal, un desfalco, una traición o simplemente un delito. Y estos son los más controvertidos “hombres de negocios” que suelen conformar el ranking de los 10 tipos más ricos de la Argentina o el mundo, pero hay otros que tienen mucha plata y toda la bolsa la hicieron de forma ilícita y esos, son los más vulnerables de la cadena alimenticia de la cual se nutre el delito.

Personas entre 25 y 40 años, tienen una vida meteórica en ciudades tan grandes como Buenos Aires, Rosario, Córdoba etc y regularmente alguno muere asesinado en algún callejón, en la banquina de una ruta, en algún descampado o como en este último caso, trozado y envuelto en bolsas negras de consorcio.

Todos ellos están precedidos de una ambición que no saben disimular, una necesidad de mostrarse “exitosos” ante los demás y fundamentalmente se creen que pueden manejar sus vidas con la misma displicencia que manejan sus rápidas fortunas, mostradas sin pudor mediante la ostentación, el exhibicionismo obsceno y la creencia de que se encuentran un escalón más arriba  que cualquier mortal.

Recordemos el triple crimen de General Rodríguez donde Ferrón, Forza y Bina fueron ejecutados de un disparo en la nuca o el asesinato brutal de Fabián Gutiérrez en el Calafate, solo por citar dos casos relevantes. Fueron personas jóvenes que naturalizaron su buena estrella, el ascenso meteórico y su cuota de poder y no midieron el costo de sus actos.

Estas son las consecuencias del juego perverso que plantea la vida cuando nos pone ante elecciones difíciles de tomar y elegimos el camino más “fácil” de emprender, pero el más oscuro de transitar.

Una vez más, debemos decir con total seguridad que el crimen no paga y no lo digo por la justicia eficiente que tenemos, sino porque en la Argentina, es más barato y fácil mandar a matar a un acreedor, que pagarle la deuda. (Agencia OPI Santa Cruz)