El hambre en Venezuela, lejos de todo lo conocido en América Latina

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07:30 – Casi siete de los 30 millones de habitantes están desnutridos; el país solo dispone de un tercio de los alimentos que necesita

Por: Daniel Lozano

Venezuela vive una “crisis crónica y de instalación lenta”, que tras más de una década de políticas erradas, expropiaciones y corrupción se resume con dos cifras aterradoras en medio de la emergencia humanitaria: casi siete de sus 30 millones de personas pasan hambre en un país que hoy solo es capaz de disponer de un tercio de los alimentos necesarios para satisfacer las necesidades básicas.

Todo comenzó con la ley de expropiación de tierras promulgada por Hugo Chávez en 2007, que sumada a los cambios de modo de producción buscaban el control social soñado por el “comandante supremo” para eternizar su revolución bolivariana. El efecto colateral fue otro: horadaron el sistema alimentario de un país donde el 80% de sus habitantes reportan ingresos insuficientes para acceder hoy a la canasta básica alimentaria.

A la ecuación revolucionaria se le comenzaron a descuadrar los números desde el primer día. El resultado hoy es una hipérbole de tal tamaño que cuesta creerlo: una familia necesita 65 salarios mínimos mensuales simplemente para alimentarse, según el Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros (Cendas).

En total, 2.625.000 bolívares cuando el salario mínimo es de 40.000, lo que traducido en dólares son 328 cuando solo se cobran 5 mensuales, a la espera de nuevas subidas gubernamentales y del descuento de la irrefrenable hiperinflación.

“El hambre creciendo impune durante 10 años, menguando a niños que ya enterramos, que se tuvieron que ir (diáspora de cinco millones de personas) o que dejaron de crecer (según Cáritas, un tercio de los niños sufre retardo en el crecimiento y rezago cognitivo)”, acusa Susana Raffalli, una de las principales expertas en nutrición del país.

Expropiaciones de empresas y nacionalizaciones en el campo, la consiguiente caída de la producción, la disminución de la oferta alimentaria que acabó convirtiéndose en escasez, la dependencia de las importaciones y el proceso inflacionario que todavía aterra a los venezolanos se fueron sumando como factores claves para llegar al hambre de hoy. Todos ellos incluidos en un esquema de corrupción que devoró decenas de miles de millones de dólares y que ha llevado a Estados Unidos a sancionar a tres hijastros de Nicolás Maduro; a quien creen es su testaferro (el empresario colombiano Alex Saab); al general Carlos Osorio, quien estuvo al frente del Ministerio de Alimentación, o al exministro Freddy Bernal, entre otros muchos.

“El componente nacional del sistema alimentario venezolano llegó a cubrir más del 70% de la demanda agregada de alimentos, hasta que comenzó la estatización y la corrupción con las importaciones”, profundiza Raffalli para salir al paso de las últimas apreciaciones del presidente de la FAO, José Graziano da Silva, empeñado en disculpar a su organización de la estrecha relación mantenida durante años con el gobierno de Caracas.

“Tenemos un país que debería disponer de 36 kilos de alimentos por mes y persona, distribuidos en 87 rubros, y solo consigue 13 kilos concentrados en seis rubros. Una persona, de acuerdo con la dieta prototipo nacional, debería consumir 75 gramos de proteína por día y hoy consume apenas 18 gramos”, constata Edison Arciniega, director ejecutivo de Ciudadanía en Acción.

Este activista mantiene que la crisis nutricional es un iceberg donde solo se ve la falta de abastecimiento y la desnutrición, pero que por debajo esconde una falla estructural de todo el aparato productivo: la agroindustria solo suministra el 8,1% de su capacidad instalada (170.000 toneladas métricas de 2,1 millones posibles). El derrumbe revolucionario se ha llevado por delante las maquinarias (déficit de repuestos y de nuevos equipos es del 92%), el sistema de transporte de carga (solo funciona el 23%), la capacidad portuaria (cuatro barcos mensuales), el agro animal (reducción del 63%) y el agro vegetal (caída del 77%). (La Nación)

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